diumenge, 30 de gener del 2011
Tunísia, Egipte... que caiguin totes
Ola de cambio en el mundo árabe- Los protagonistas de la revuelta
¿Quiénes hacen la revolución?
NURIA TESÓN
Yehi, Ramy, Moussa... los egipcios cuentan por qué han tomado las calles
Son personas de todos los estamentos sociales, desde las clases más altas a las más bajas. Mujeres, niños, adolescentes, estudiantes de medicina o activistas de derechos humanos, camareros o farmacéuticos, también hay una gran mayoría de parados. Se han echado a la calle para pedir que les devuelvan su país. No tienen un perfil determinado y el Gobierno no es capaz de encasillarles.
En las calles se ayudan sin tener en cuenta si son musulmanes o cristianos; se apoyan, se ofrecen agua o se invitan a comer. También se han limpiado las heridas o han corrido a buscar un médico cuando la policía ha disparado a uno o varios de ellos. Ahora se pintan unos a otros la cara con lemas contra el Gobierno y se amontonan, carteles en ristre, cantando y gritando contra la represión del régimen de Hosni Mubarak. Han salido a la calle en todos los puntos del país y no piensan volver a sus casas hasta que aquello que anhelan: libertad, seguridad, bienestar, pan y democracia, logre instalarse desde Asuán hasta Alejandría, pasando por El Cairo.
Ellos nos cuentan sus historias, sus esperanzas y sus miedos.
- Yehi, 56 años, trabajador de un gimnasio. "Basta, basta y basta". Le cuesta decidirse pero al fin arranca a hablar mientras camina arriba y abajo por el pasillo del gimnasio donde trabaja, en un hotel de lujo del centro de El Cairo. "No creo que Mubarak sea un mal hombre. Hizo cosas bien. Nos trajo la paz y acabaron los enfrentamientos con Israel", explica nervioso sin dejar de moverse. Aun le cuesta hablar, dice, son tantos años mordiéndose la lengua que la nueva situación de libertad en el limbo aún le supera. "Lleva demasiados años en el poder y hace mucho que se ha olvidado de nosotros, que tenemos una precaria educación para nuestros hijos y vivimos sin la esperanza de poder prosperar".
- Ramy, 24 años, activista por los derechos de la mujer árabe. Las gafas le caen sobre la nariz como a un intelectual y con su mochila a la espalda y su gorra parece un estudiante de la facultad de Letras, pero Ramy trabaja en la Liga de Mujeres Árabes, "más veces como voluntario que con contrato", defendiendo los derechos de las féminas del país. No le preocupa demasiado el dinero porque dice, aun no está pensando en casarse. Sin embargo, no le gustan muchas de las cosas que el régimen de Mubarak ha hecho durante estos 30 años. Menciona la restricción de libertades: "La interrupción de Internet estos días es inconcebible en un país que no este gobernado por una dictadura". Y la seguridad: "La tortura en las cárceles es sistemática. Bajo el Gobierno del rais no se respetan los derechos humanos". Por eso cree que ha llegado el momento de que se vaya. "Nací en 1987 y no he visto otro presidente", añade. Mi familia es de una clase media que Mubarak ha hecho desaparecer. No es justo que nos mire desde lejos y no diga nada. No queremos ver la destrucción del país".
- Hanna, 51 años, Ministerio de Información. Es una egipcia guapa. Vestida con clase, musulmana si hiyab (pañuelo islámico) y oculta tras unas gafas de sol. Mientras hace fotos desde un coche que conduce su hija, una dentista de 25 años con la cabeza cubierta, explica que trabaja para el Ministerio de Información egipcio. No quiere dar muchos detalles sobre su vida, sólo que habla inglés y español y que no trabaja como periodista. "Durante años", dice, "han pasado de largo las oportunidades de cambiar las cosas". "No veo futuro para mis hijos. Tengo dinero pero no tengo un lugar por donde pasear. Y hay más de 40 millones de personas en mi país que no tienen ni para comer", apunta. "Ha llegado el fin y todos lo sentimos así".
- Maha, 30 años, farmacéutica. "Cobro 600 libras al mes (80 euros) y no puedo llevar una vida digna", explica Maha, una farmacéutica que milita en los Hermanos Musulmanes. "No puedo ahorrar dinero, ni pagar una casa digna. Me gustaría casarme pero los jóvenes ahora no encontramos trabajo con facilidad y el tiempo se pasa esperando a ver qué sucede mientras la frustración crece", lamenta. Maha asegura que aunque trabaja 10 horas en la farmacia a veces tiene que hacer horas en un laboratorio preparando inventarios para conseguir llegar a fin de mes. "Y lo peor es que no podemos decidir. Durante las elecciones no nos dejaron ir a votar, detuvieron a nuestros candidatos, nos pegaron", asegura. "Creo que no nos han dejado otra opción y que lo que ocurre es fruto de la represión que hemos vivido todo este tiempo. No hay derechos", explica entrecortada. "Necesitamos libertad y eso sólo vamos a poder conseguirlo si el presidente se va de este país. No nos sirve un nuevo Gobierno con él sobre la cabeza. Lo que hemos venido a exigir es que él y su estilo de gobernar salgan de nuestras vidas para siempre.
- Moussa, 42 años. En una solapa luce el escudo de los Estados Unidos y en la otra las banderas de Egipto y Francia entrelazadas. El primero se lo puso por las palabras de Obama. "Las banderas las llevo porque queremos lo mismo que Francia: liberté, egalité, fraternité", dice en un perfecto francés. Moussa es un cristiano de la escasa clase media que hay en Egipto. "Mubarak tiene 82 años, no puede mantenerse en pie, y no tiene poder para gobernar. ¿Y quiere dejarnos a su hijo? Cuando Gamal [Mubarak] se casó compró el anillo en Francia. Cuando tuvo un hijo se fue a Alemania a tenerlo. Eso es lo que hacen. Coger nuestro dinero y dejarnos en la estacada", afirma. No dice en lo que trabaja quizás porque no se ajusta a lo que debería ser. "Tengo dos masters, hablo seis idiomas y mi salario es de 220 euros. Mi madre tiene una pensión de 500 libras (65 euros) y su tratamiento médico cuesta 1.000. La familia de Mubarak tiene una riqueza que asciende a millones de dólares. No le pedimos nada. Sólo que nos deje vivir".
http://www.elpais.com/articulo/internacional/Quienes/hacen/revolucion/elpepiint/20110130elpepiint_3/Tes
Abans la presó a la solitud
La cárcel, último refugio de los ancianos japoneses
Roban para ir a la cárcel y huir de una sociedad individualista que los ignora
La pequeña delincuencia protagonizada por la tercera edad es un fenómeno en alza en Japón
Isidre Ambrós
El último informe anual sobre delincuencia de la policía japonesa ha sembrado la inquietud. Las estadísticas muestran que uno de cada cuatro japoneses detenidos por robar en el 2010 era mayor de 65 años. En 1986, cuando se empezó a confecciona este tipo de estadísticas, sólo uno de cada veinte japoneses detenido por hurto era mayor de 65.
Para los responsables policiales, el envejecimiento de la población del país no lo explica todo. Atribuyen este fenómeno a los cambios registrados en la sociedad nipona, mucho más individualista y dura que antes. Se ha roto la tradición ancestral nipona de reunir bajo un mismo techo a tres generaciones de una misma familia. Una situación que garantizaba a los abuelos que en la etapa final de su vida estarían bajo el cuidado de sus familiares más próximos. Este panorama ha dejado prácticamente de existir.
En los tiempos actuales, los más jóvenes abandonan el hogar familiar antes y a menudo se trasladan a otra ciudad en busca de un trabajo. Una coyuntura que provoca que las personas de la tercera edad se encuentren solas, desorientadas, aisladas de la sociedad que las rodea.
La soledad y la falta de recursos económicos son las principales razones que empujan a delinquir a este colectivo, cada vez mayor en la sociedad japonesa. Así parece demostrarlo una encuesta realizada el pasado año por la policía de Tokio entre un colectivo de mil personas sospechosas de dejarse atrapar con las manos en la masa. La mayoría de ellos habían robado alimentos o cosméticos por un valor inferior a los cuarenta y cinco euros.
Más de la mitad dijeron que no tenían “nada para vivir” y otro 40 ciento aseguró no tener amigos ni familiares. “Las personas mayores posiblemente roban no sólo por razones económicas, sino también por un sentido de aislamiento”, dijo un policía al diario Mainichi.
Y para huir de su soledad y del abandono de sus familiares, muchos de ellos han llegado a la conclusión de que el mejor sitio donde pueden estar es en la cárcel. Allí tienen un techo, comida caliente y compañía. “En el plan afectivo, en la prisión los ancianos son prisioneros mimados, mientras que la sociedad exterior es muy dura con ellos”, ha declarado recientemente Saito, que ha salido hace poco de la cárcel, a la emisora France Inter.
Ante el aumento de la población carcelaria de la tercera edad, las autoridades japonesas han decidido adecuar las instalaciones. Así, por ejemplo, una planta entera de la prisión de Onomichi, cerca de Hiroshima, ha sido adaptada a las necesidades de estos reclusos. El gobierno ha decidido, asimismo, dedicar cien millones de dólares a la construcción de espacios similares en otros tres establecimientos penitenciarios. “Debemos facilitarles el mismo tipo de atenciones que en una residencia ordinaria”, declaró un funcionario de prisiones a Associated Press.
En la cárcel, no sólo encuentran cuidados y nuevas amistades, también tienen que cumplir obligaciones. En la prisión de Onomichi, por ejemplo, tienen que trabajar seis horas diarias, dos menos que los reclusos ordinarios. Un ambiente que prefieren a la indiferencia con que les trata la sociedad exterior.
http://www.lavanguardia.es/internacional/20110129/54107299900/la-carcel-ultimo-refugio-de-los-ancianos-japoneses.html
Roban para ir a la cárcel y huir de una sociedad individualista que los ignora
La pequeña delincuencia protagonizada por la tercera edad es un fenómeno en alza en Japón
Isidre Ambrós
El último informe anual sobre delincuencia de la policía japonesa ha sembrado la inquietud. Las estadísticas muestran que uno de cada cuatro japoneses detenidos por robar en el 2010 era mayor de 65 años. En 1986, cuando se empezó a confecciona este tipo de estadísticas, sólo uno de cada veinte japoneses detenido por hurto era mayor de 65.
Para los responsables policiales, el envejecimiento de la población del país no lo explica todo. Atribuyen este fenómeno a los cambios registrados en la sociedad nipona, mucho más individualista y dura que antes. Se ha roto la tradición ancestral nipona de reunir bajo un mismo techo a tres generaciones de una misma familia. Una situación que garantizaba a los abuelos que en la etapa final de su vida estarían bajo el cuidado de sus familiares más próximos. Este panorama ha dejado prácticamente de existir.
En los tiempos actuales, los más jóvenes abandonan el hogar familiar antes y a menudo se trasladan a otra ciudad en busca de un trabajo. Una coyuntura que provoca que las personas de la tercera edad se encuentren solas, desorientadas, aisladas de la sociedad que las rodea.
La soledad y la falta de recursos económicos son las principales razones que empujan a delinquir a este colectivo, cada vez mayor en la sociedad japonesa. Así parece demostrarlo una encuesta realizada el pasado año por la policía de Tokio entre un colectivo de mil personas sospechosas de dejarse atrapar con las manos en la masa. La mayoría de ellos habían robado alimentos o cosméticos por un valor inferior a los cuarenta y cinco euros.
Más de la mitad dijeron que no tenían “nada para vivir” y otro 40 ciento aseguró no tener amigos ni familiares. “Las personas mayores posiblemente roban no sólo por razones económicas, sino también por un sentido de aislamiento”, dijo un policía al diario Mainichi.
Y para huir de su soledad y del abandono de sus familiares, muchos de ellos han llegado a la conclusión de que el mejor sitio donde pueden estar es en la cárcel. Allí tienen un techo, comida caliente y compañía. “En el plan afectivo, en la prisión los ancianos son prisioneros mimados, mientras que la sociedad exterior es muy dura con ellos”, ha declarado recientemente Saito, que ha salido hace poco de la cárcel, a la emisora France Inter.
Ante el aumento de la población carcelaria de la tercera edad, las autoridades japonesas han decidido adecuar las instalaciones. Así, por ejemplo, una planta entera de la prisión de Onomichi, cerca de Hiroshima, ha sido adaptada a las necesidades de estos reclusos. El gobierno ha decidido, asimismo, dedicar cien millones de dólares a la construcción de espacios similares en otros tres establecimientos penitenciarios. “Debemos facilitarles el mismo tipo de atenciones que en una residencia ordinaria”, declaró un funcionario de prisiones a Associated Press.
En la cárcel, no sólo encuentran cuidados y nuevas amistades, también tienen que cumplir obligaciones. En la prisión de Onomichi, por ejemplo, tienen que trabajar seis horas diarias, dos menos que los reclusos ordinarios. Un ambiente que prefieren a la indiferencia con que les trata la sociedad exterior.
http://www.lavanguardia.es/internacional/20110129/54107299900/la-carcel-ultimo-refugio-de-los-ancianos-japoneses.html
dissabte, 29 de gener del 2011
Esperant l'amo
S'ha de ser fidel per a l'espera. S'ha de ser pacient, digne i crèdul, perquè entre altres coses, has d'estar segur que la persona que vols, tornarà...
Barri de la Ribera
Text i foto de Miquel Cartisano
http://totbarcelona.blogspot.com/2011/01/esperando-al-amo.html
divendres, 28 de gener del 2011
dimecres, 26 de gener del 2011
dimarts, 25 de gener del 2011
dilluns, 24 de gener del 2011
diumenge, 23 de gener del 2011
dissabte, 22 de gener del 2011
divendres, 21 de gener del 2011
dijous, 20 de gener del 2011
diumenge, 16 de gener del 2011
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